Cuando la arquitectura nace, el momento primigenio
En el hacer arquitectura, el diseñador transita, una y otra vez, por los meandros de la creatividad, se pregunta una y mil veces sobre aquello inasible, que no tiene medidas, ni ángulos, ni materiales, ese todo que es nada aún.
Es una búsqueda incesante de ese momento, ese punto de encuentro donde todo confluye, se sintetiza, se fusiona, se vuelve claro, es el instante que motiva y esclarece.
Ese momento, en la oscuridad de una caja incierta, donde se haya una mezcla indescriptible de dudas y palabras, es el momento en el que las los pálpitos, las ideas, las intuiciones, los saberes, las experiencias, las expectativas, se vuelven inteligibles, aprehensibles, se conforma, se nutren de adjetivaciones, se hacen metáforas, se logran describir, se trasladan sobre ejes, sistemas y módulos, se recurre al número y a la proporción, a la memoria y a la proyección. Es el grito primal de la arquitectura, cuando puede ser dibujo, cuando puede aunque virtualmente dejar entrever sus límites, sólidos o transparentes. Es el espacio que se manifiesta en la representación de lo que será acogedor e íntimo, o grandioso e impactante.
La arquitectura manifiesta sus latidos, se sabe espacio, se sabe límite, se sabe volumen acogido en el lugar. Es el momento en el que la arquitectura hecha para habitar, cobijo y cultura, reflexión y futuro, se sabe inteligencia y sensibilidad. Espacios que la mirada interior recorre sin descanso, mirada que moldea matices, sutilezas, blanduras, movimientos, o se detiene ante la tozudez de lo sólido y opaco.
Qué incansable transitar por el todo y sus partes, en viajes de ida y vuelta, en los que se establece el adentro y el afuera, se separa, se prolonga, se integra. Qué incansable ese trabajo de ponerle nombre a los materiales y a las texturas, pensar en la gravedad y en la levedad, pensar en el punto, en la línea, pensar en el número y el módulo, construir tramas en el espacio que desafían al tiempo con sus alardes o sus sutilezas, jugando con el volumen y la luz.
Rómulo Moya Peralta, arq.