La vidriera religiosa, ya desde la Edad Media, se constituyó en una técnica tradicional, con gremio propio, que empleaba la grisalla para modelar y describir, para crear figuras y narrar, el amarillo de plata para enriquecer el color en la limitada paleta de vidrios utilizados por el artista, es decir, blanco, verde, azul y el denominado rojo plaqué, algo que ya puede apreciarse en una vidriera conservada en el Museo Arqueológico Nacional, de maestro anónimo, y realizada a principios del siglo XVI. Para el conjunto de vidrieras de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, magnífico edificio también del XVI, se propuso un proyecto de corte contemporáneo, pero respetuoso con las técnicas tradicionales. Se eliminó cualquier tipo de narración o anécdota en favor de los valores más importantes de la vidriera: el color, el carácter translúcido y opaco del vidrio y la luz; al tiempo que se tomaba como fuente de inspiración los paisajes de tierras castellanas, los horizontes alcalaínos, los cielos madrileños, en suma, la asombrosa luz de la comunidad.
Si en la mayoría de los edificios religiosos se utiliza la vidriera para realizar una serie de alegorías que narran una historia o un hecho sagrado, en Nuestra Señora de la Asunción, el carácter vertical y de tronera de la vidriera nos permitió realizar lo contrario, una alegoría del propio vidrio y de la luz, de ahí el carácter casi abstracto de cada pieza que, sin embargo, realza la belleza de cada vidrio, cuidadosamente elegido y manipulado, con al intención de sacralizar la luz y, con ella, el templo. No importa la narración, sino el conjunto de luces y sombras, de colores, la luz sesgada y filtrada por los distintos vidrios. Así, se utilizó casi exclusivamente rojo plaqué y catedral, vidrios blancos con ligeros destellos de amarillo de plata, que deforman el vidrio en su cocción dándole los tintes amarillentos y rojizos de las vidrieras antiguas castellanas; y el azul, juegos de azules que simbolizan el cielo y que enmarcan todo el conjunto arquitectónico, logrando tonos acuarelados por vitrofusión en el óculo. Decía Viollet-le-Duc que, “en las vidrieras, los colores participan de la luz que las atraviesa y teniendo un fulgor tal, que la más mínima parcela coloreada toma a distancia, por irradiación, una importancia prodigiosa”. Así, el rosetón, enmarcado por una tracería exterior de piedra, se antojaba la pieza más difícil, que decidimos solucionar emplomando grandes vidrios que conformaban un paisaje que une a la totalidad de los paisajes de las troneras: una parte inferior tratada con amarillos de plata, cobre y pan de oro, formada por vitrofusión como pieza única, y un cielo realizado también como pieza única con efectos acuarelados conseguidos gracias a la cocción de la pieza con polvo de vidrios en distintas tonalidades azules.
El conjunto de vidrieras de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción está ideado en base a tres parámetros: simplicidad, luz, color y diálogo con la piedra, con el edificio. Sin perder de vista, por ello, el homenaje a los grandes vidrieros anónimos de la Edad Media y sus técnicas fundamentales: el amarillo de plata, el plomo, y sus tres colores básicos, rojo plaqué, azul y blanco. Con elementos tan sencillos se consigue un conjunto lumínico para la reflexión, para la paz que, sin narrar nada, deja que la luz lo diga todo.
Amaya Bozal