La casa se cierra a la urbanización para establecer un diálogo con el paisaje, en el que la arquitectura introduce con abstracto lenguaje las texturas y formas del paisaje inmediato: huellas de las escorrentías en las arcillas o protuberancias tumorales esculpidas en las gredas. Pensada para que la intimidad familiar se desarrolle enraizada a este lugar. La casa quiere contar el lugar. La casa intenta aportar tranquilidad con su propio lenguaje, intenta que atrás queden las prisas que no nos dejan habitar nuestras casas, atrás deja la vida de ajetreos para ver sólo el mar y la tierra, buscando la lejanía y la calma. El paisaje tiene una fuerza que la hace vibrar y a la vez te da paz, y ésta lo vive desde el respeto, y la integración.
El deseo de bienestar fue fundamental para imaginar el proyecto de la casa, intentar lograr una arquitectura en armonía entre el lugar donde se implanta y las actividades que se desarrollan en ella, es lo que yo defino como arquitectura humana, y es uno de los principales propósitos de esta obra.
La casa fluye entre exterior e interior, el límite se ha reducido al mínimo, el habitante no quiere que exista esa frontera durante las tres cuartas partes del año que nuestro clima mediterráneo nos permite disfrutar del espacio al aire libre; y en esa transición de porche, como gran marco, y espacio interior, se intenta diluir al máximo el límite entre estar dentro y estar fuera.
La casa pretende acercar el paisaje al ser humano, invitarlo a ser consciente de éste, conversar inconscientemente con éste, entiendo la arquitectura como la conversación con la naturaleza, algo que en ocasiones parece haberse olvidado; aspiré a relajar este modo de interactuar, intentando humanizar, a través de la geometrización de éste. Centrada en dar respuesta a las cuestiones humanas. Aunando lo sensorial y lo racional.