Una vivienda unifamiliar de dos plantas, construida en la década de los sesentas, debe remodelarse. La construcción original, un volumen de envolvente poco nítida, emplazado entre las dos colindancias laterales del predio y adosado a la del fondo, deja franjas de terreno hacia el frente y por los costados, más resultado que intención. El cliente manifiesta su disposición de escuchar propuestas antes que intervenir con opiniones o deseos preestablecidos, lo cual permite una redistribución radical de las habitaciones.
En ambas plantas los espacios quedan organizados en secuencias alineadas en el sentido longitudinal del predio, aunque los cambios de dirección obligados por los pasillos al pasar de algunas habitaciones a otras cancelan la impresión de linealidad. El jardín al frente, redefinido como un cuadrángulo nítido e inequívoco mediante muros perimetrales, se incorpora a las secuencias gracias a los ventanales. Al centro se encuentra el vestíbulo y vacío de la escalera, un “broche” que ata todo el conjunto, inclusive una secuencia transversal que va desde la cochera hasta el jardín lateral. Dicho jardín queda descompuesto en dos células, identificable cada una mediante un frondoso árbol de hule.
Más que ampliar la superficie construida, el propósito de la intervención reside en introducir orden y dar intención a lo que era un manejo indiferente de los espacios.