Proyectar un pabellón para una obra de Pablo Atchugarry, en el marco escenográfico de su Fundación supone un desafío que excede lo arquitectónico.
Cuando se unen arte, paisaje y arquitectura, se proyecta la sensibilidad del espectador a terrenos desconocidos, se establecen asociaciones inesperadas, interrelaciones sorpresivas, eventos fortuitos e imprevisibles. Bajo esta premisa, este proyecto supone una oportunidad única de experimentar cómo un espacio arquitectónico, interactuando con una obra de arte tan simbólica como “La Pietà”, pueda adquirir un carácter, digamos revelador.
La vida de la creación es un camino zigzagueante, lleno de sorpresas y relaciones insospechadas. Pablo lo sabe, es uno de los artistas más relevantes del arte latinoamericano, lleva una carera meteórica y su obra no para de conocerse en el mundo entero, conquistando los espacios más emblemáticos del arte. La verticalidad y luminosidad le confieren a su trabajo un espíritu de elevación y trascendencia, que podríamos catalogar de religioso. Y quizás esa cualidad, se pueda vincular con esta obra de “La Piedad”, su primera obra de gran tamaño, encargada por un sacerdote de Lecco, cerca de Milán, para una pequeña capilla de la ciudad. Sin saberlo, esta obra sería determinante en su vida y su carrera, Lecco pasaría a ser su lugar de residencia y el mármol blanco de carrara, su destino. Esculpida entre 1982 y 1983, Pablo tampoco imaginaba que esta escultura, envuelta de dramatismo y polémica, acabaría emplazándose en Uruguay.
La arquitectura es espacio voluntario, a diferencia de la naturaleza, donde el orden y la forma no responden a la voluntad del hombre. Pensar un proyecto que establezca un dialogo con la obra de un artista, requiere abandonar todo voluntarismo. Entender su forma de trabajo implica imbuirse de la vitalidad de su actividad creativa. Atchugarry trabaja directamente sobre la materia, no hace bocetos, la materia es la protagonista desde un inicio. Trabajar en mármol es una permanente negociación con la materia, ya que él presenta sus leyes, sus lógicas, que hacen que el artista deba re direccionar su labor constantemente. En la evolución del trabajo, su tarea es la de develar, quitar lo que sobra, dejar sólo aquello que está ahí dentro, pero que sólo el artista puede ver, y de repente, se hace visible para todos. El espacio proyectado debía tener énfasis en la materia, una forma pura donde nada sobre y una implantación que dialogara con la naturaleza que la rodea.
El camino sinusoidal de acceso es un espacio de transición que prepara el ánimo para una experiencia de recogimiento. A través del acceso comprimido por la puerta de acero corten triangular intervenida por Pablo y la cumbrera ascendente, el ingreso intenta provocar en el visitante la experiencia de un espacio en expansión. La estética es mínima. Todo es mínimo, el material, los gestos, la geometría. Una atmosfera austera, donde nada compita con el protagonismo de la obra, bañada por la luz cenital.
Para muchas religiones el último refugio es el interior del ser humano. Este refugio laico, árido como una cueva, de espacialidad primitiva, en una semi penumbra, busca generar una atmosfera intimista entre el espectador y la obra.
Así como en las cavernas, las paredes pintadas constituían una membrana de comunicación con otro mundo, la luz rasante que accede por la pared triangular del fondo, busca generar un marco a la obra, una metáfora de ventana a otro mundo, un halo de luz que pone límite a otra realidad. Un aura, a modo de aureola bizantina, que se proyecta en las paredes inclinadas de hormigón y cuya luz cambia de color e intensidad durante el día.
Desde el exterior su protagonismo en el paisaje cambia según la perspectiva. Su emplazamiento al borde del lago, busca sugerir un objeto que ha asomado o bien que ha encallado.
Pablo concibe el arte como una evolución espiritual interior. La Fundación que ha creado durante estos 10 años nos ha enseñado que el arte no es un pasatiempo cultural, sino la elaboración de una visión del mundo basada en la generosidad, que nos ubica en un lugar esperanzador de la civilización.
"Fundación Pablo Atchugarry - 10 Años" / Arq. Leonardo Noguez
Fotos: Leonardo Finotti